jueves, 7 de marzo de 2013

Pregúntale a Alfredo

Todo arquitecto que haya pasado por la ETSAM conoce a Alfredo. Puede que no recuerde su nombre o puede que nunca lo haya sabido, pero si le habláramos de un señor calvo y robusto que camina con un andar pesado y decidido por los pasillos de la escuela, seguramente sabría de quién se está hablando. Alfredo es una institución dentro de la escuela. Desde el alumno más novato al profesor más veterano saben que para conseguir cualquier cosa deben recurrir a él. Oficialmente pertenece a la unidad de coordinación de servicios y sus años de trabajo le han sembrado el forro polar de galones, por lo que cuando se pregunta a quién recurrir para organizar cualquier tinglado, la respuesta siempre es la misma: “pregúntale a Alfredo”

Mi relación con Alfredo nace de un modo casual en los pasillos de la ETSAM. Como para otros tantos, mis años de estudiante fueron largos y mi habilidad para perder el tiempo en la escuela fue reconocida por Alfredo, que con el correr de los años empezó a devolverme el saludo e incluso a entablar conversaciones esporádicamente acerca de temas de candente actualidad etsámica. Dado que Alfredo estaba ahí mucho antes que cualquier estudiante, sus opiniones siempre merecieron el mayor de mis respetos, pues había vivido varias veces situaciones similares. Me refiero a cambios en el plan de estudios, rencillas en los departamentos, protestas estudiantiles, huelgas y reivindicaciones diversas.

Por eso, cuando el martes pasado conseguí aparcar en la Avenida Juan de Herrera y vi a Alfredo oteando entre los coches, esperando a alguien, no pude evitar preguntarle por la difícil situación que vive la escuela. Para aquellos que no lo sepan, la UPM, asfixiada por la falta de financiación, pretende  la amortización de 301 plazas de personal funcionario y laboral de administración y servicios, además de importantísimas rebajas salariales, como la que afectará a los profesores asociados.
La respuesta de Alfredo fue rápida y clara. Su semblante, normalmente optimista y campechano, era esta vez preocupado y triste. “Se veía venir” dijo, para añadir después: “pero no tan rápido”.

Más claro agua. Si me permito el lujo de comentar esta opinión públicamente, es porque me parece que refleja perfectamente la estupefacción que vivimos. La sorpresa ante situaciones que esperábamos. Una paradoja que no por absurda, deja de ser real: por un lado, era claro que si las universidades convocaban plazas de personal no fijo, era porque en algún momento pretendían prescindir de él. Mientras tanto, todos actuamos como cómplices y espectadores de una situación que apuntaba a la precariedad desde hacía años, pero que era admisible porque al menos solucionaba los problemas inmediatos y generaba oportunidades (precarias) para aquellos que accedían a estos puestos.

Ahora han llegado los malos tiempos y nadie se salva. La UPM, que lleva cinco años demorando este drama sin enfrentarse a él y esperando “el milagro final”, se dedica ahora, amenazada por la bancarrota absoluta a recortar a machetazos, sin ton ni son, en aquellos lugares que la legislación laboral lo permite. Nada de husmear entre los departamentos para escudriñar por dónde se escapa la pasta. Nada de pedir cuentas a pseudoinvestigadores vetustos con plaza de catedrático. Nada de afrontar, sinceramente, una reforma estructural seria, atacando la gangrena y recortando en lo verdaderamente prescindible.
No. Nada de pensar, porque en la universidad española, lo único que interesa es que todo siga siempre igual. Hay que mantener los privilegios de unos pocos, sus castas, sus amiguismos, sus procesos de selección poco claros y sus mangoneos;  y si esto tiene que hacerse a costa de unos pocos, o de unos muchos, pues se hace.

Y es que a la hora de la verdad, todos muy corporativistas, todos muy solidarios, pero cuando un profesor asociado hacía el mismo trabajo que un titular por un salario infinitamente menor, aquí nadie se sorprendía, justificando estos desequilibrios mediante la esperanza de que algún día, a base de enchufismos y convocatorias de plazas, cuando menos sospechosas, todos los asociados acabarían entrando en la madre universidad, para vivir su vida de privilegios y alegría a costa de otros pringuis que luego vendrían.
Y así siempre, por los siglos de los siglos y exponencialmente, alimentando universidades que producen una cantidad de profesionales muy por encima de la demanda real de un mercado saturado desde hace más de quince años. Justificando estos desmanes con la esperanza de llegar algún día a ese puesto fijo. Un sistema opaco donde lo importante era meter cabeza, aguantar, y el tiempo traería la recompensa. Todos cómplices. Todos culpables. Todos tontos y todos a la calle. Bueno, todos no.

@Mr_Lombao

1 comentario:

  1. Trabajo en un departamento de la UCM... La misma caspa, las mismas injusticias, los mismos amiguismos. Exactamente la misma situación.
    Qué vergüenza de universidad pública.

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